Constantemente prestamos atención a los estímulos que nos rodean para adaptar nuestros pensamientos, emociones y conductas a la situación en la que nos encontramos. La atención es un proceso cognitivo básico implicado en la mayor parte de actividades que realizamos (si quieres saber más haz clic aquí). La necesitamos para comprender un texto oral, para hacer una multiplicación o incluso para encontrar las zapatillas que se nos han perdido por casa.
Y es que la atención no solo está presente en las tareas escolares, sino que también participa activamente en nuestra vida diaria. Pero, ¿qué ocurre cuando aparecen problemas a nivel atencional? Empezamos a perder información de nuestro entorno. Aparecen los despistes, tenemos que leer dos veces el mismo párrafo para entenderlo, no recordamos si hemos metido en la mochila el libro de lengua, cruzamos la carretera sin mirar si están pasando coches… Es decir, dejamos de atender a una gran cantidad de estímulos que nos aportan información.
Y entonces, ¿qué hacemos? Tenemos que intentar reconectar de nuevo con el entorno. Se trata de trabajar la atención, no solo desde un punto de vista académico, sino también desde un punto de vista más ecológico, a través de las actividades de la vida diaria. Y os preguntareis, ¿cómo? Son muchas las tareas con las que a diario trabajamos, de manera implícita, la atención. A continuación os presentamos algunas de ellas, las cuales podemos hacer desde casa.
¿Cómo podemos trabajar la atención en casa?
Pasos de una receta: seguir las indicaciones de una receta (tiempos, cantidades) resulta complicado cuando tenemos que tener en cuenta varias cosas a la vez, por lo que se trata de una buena actividad para ejercitar nuestra atención.
Tareas de la casa: activamos la atención para saber qué parte de la casa hemos barrido, que cristal nos queda por limpiar o si hemos ordenado la mesa.
Solución de problemas: se trata de una actividad focalizada en un estímulo, en el que tenemos que fijarnos para solucionar el problema con las herramientas de las que dispongamos, por ejemplo, arreglar un utensilio o reorganizar el espacio en el armario para que quepan más cosas.
Llevar comida a la mesa sin que se derrame: esta actividad requerirá que nuestra atención se sostenga durante un tiempo centrada en el mismo estímulo y en nuestros movimientos.
Poner la mesa: una tarea tan cotidiana como esta permite que nos concentremos para saber cuántos cubiertos tenemos que poner, donde se ponen los tenedores y los cuchillos, e incluso, analicemos si falta algún vaso.
Revisar qué productos hacen falta: observar los alimentos o productos que se han agotado en casa y tenemos que comprar en la próxima ocasión.
Hacer la maleta: ahora que llega el verano y repetimos en alguna ocasión esta actividad, podemos utilizarla para trabajar nuestra atención: contando el número de pantalones que llevamos, cuantos biquinis hemos metido y si tendremos suficientes camisetas para todos los días.
Aseo personal: recordar si nos hemos lavado las manos al llegar a casa, o los dientes después de desayunar, si nos hemos peinado o lavado la cara antes de salir, requieren la activación de la atención en las rutinas del día a día.
Este tipo de actividades tienen sus frutos cuando parten de la iniciativa e independencia del niño/a. Si detrás hay un adulto indicando cómo se deben o no hacer las cosas, cuál es su orden o recordando permanentemente las tareas, no se estimula la atención del niño, sino la del adulto. Aunque sí es importante, en las primeras ocasiones servir de guía o establecer unas pautas, posteriormente retirar este apoyo se convierte en la estrategia más eficaz.
Seguro que después de leer esto has caído en la cuenta de lo mucho que necesitamos la atención en nuestro día a día, y la de formas tan sencillas que tenemos para trabajarla. ¡Ahora solo toca ponerse manos a la obra!