El día 12 de noviembre se celebra el Día Mundial contra la Obesidad y para poder hablar del tema con propiedad, no podríamos hacer otra cosa que contar con la colaboración especial de alguien que conoce esta problemática de primera mano. Se trata del Dr. Jose Mª Gómez Vida, endocrinólogo infantil en la Unidad de Pediatría del HUCSC de Granada, que en este post nos aportará su visión sobre la obesidad infantil desde su amplia experiencia profesional.
En estos tiempos de pandemia por el dichoso virus (Covid-19), es bueno considerar que este problema de salud, globalmente considerado, es una anécdota frente al enorme problema que supone la obesidad. Podemos afirmar que la obesidad es la enfermedad crónica más frecuente en la infancia y la adolescencia en los países occidentales. La OMS, ante la magnitud del asunto, califica la situación actual como “epidemia mundial “ y propone el término "globesidad" para referirse al importante problema de salud pública que supone el sobrepeso y la obesidad en muchas partes del mundo desarrollado y, ahora también, del mundo en vías de desarrollo.
El término "obesidad" hace referencia a un exceso de grasa. Como los métodos utilizados para medir directamente la grasa corporal no están disponibles en la práctica diaria por ser técnicas costosas y/o invasivas, evaluamos la obesidad antropométricamente mediante la relación entre el peso y la altura. Al dividir el peso (en kilogramos) por la altura (en metros) al cuadrado se obtiene el valor del llamado "índice de masa corporal" (IMC) que es un indicador aceptable de la cantidad de grasa corporal.
Más de mil millones de personas adultas tienen sobrepeso y, de ellas, más de un tercio (al menos 300 millones) son obesas. Los estudios epidemiológicos encuentran que, en los países occidentales y en los que están en vías de desarrollo, hay un incremento sostenido y gradual del sobrepeso y la obesidad infantiles, con cierta tendencia a la estabilización en las cifras en los últimos años. En España el estudio ALADINO (que se realiza desde 2011, con reevaluaciones en 2015 y 2019), revela que el exceso de peso afecta al 45,2% de los niños y niñas de entre 6 y 9 años (¡casi la mitad de nuestros niños, adultos futuros, tiene exceso de peso!).
La repercusión del sobrepeso y la obesidad en el desarrollo de enfermedades en la vida adulta es tan relevante, que podemos hoy afirmar sin duda, que la generación infantil actual tendrá una expectativa de esperanza de vida menor que la de sus padres. La principal causa de muerte en nuestro mundo es la patología cardiovascular (infartos, tromboembolismos, accidentes vasculares cerbrales… suponen casi la mitad de las causas de muerte en hombres y mujeres de occidente). Su número se ve incrementado en forma directamente proporcional al aumento del número de adultos con sobrepeso. La obesidad en la adolescencia constituye un antecedente metabólico demostrado de la enfermedad cardiovascular en el adulto.
Hay que señalar que el avance de conocimientos que se ha producido en el estudio de la génesis y mantenimiento de la obesidad no ha ido, por el momento, ligado a la consecución de resultados en cuanto a la reducción de su prevalencia. Sabemos que hay una “programación metabólica” en determinados periodos de la vida, que suponen momentos críticos durante el desarrollo del niño, desde su etapa fetal a la de adulto, para el desarrollo de esta afección. Conocemos la existencia de factores genéticos, siempre intuidos, que suponen entre el 50-70% de la variación del índice de masa corporal, con más de 600 genes, marcadores y regiones cromosómicas relacionados con fenotipos obesos en el ser humano. Hemos cambiado la concepción que se tenía del tejido graso hace unos años, como un órgano pasivo, un simple depósito, que se llena o vacía según el balance energético de cada momento, hacia su consideración como un órgano endocrino capaz de producir diversas adipoquinas (leptina, adiponectina, interleuquina-6, αTNF…), moléculas con las que se comunica e interrelaciona con el SNC, influyendo en los mecanismos neuroendocrinos que controlan el apetito y la saciedad y contribuyen con el mantenimiento de la composición corporal.
A pesar de todos estos avances, en el día a día, el niño con sobrepeso se encuentra en su entorno social y familiar con unos hábitos nutricionales y unos condicionantes ambientales difíciles de modificar. Los pediatras tenemos la obligación de detectar esta realidad, asumiendo un papel activo en la lucha contra esta auténtica plaga, cuyo control pasa necesariamente por la prevención desde edades precoces, mediante la detección de las familias de riesgo y por la evaluación clínica y antropométrica seriada de nuestros pacientes. Sabemos que la asistencia de estos niños es muchas veces desalentadora (es difícil conseguir resultados y, con frecuencia, hay pasos atrás sobre lo ya logrado), pero debemos estar familiarizados con la sistemática de su diagnóstico (fundamentalmente clínico), con el empleo de medidas antropométricas básicas y con la búsqueda periódica en nuestros pacientes obesos de comorbilidades asociadas como: alteraciones del metabolismo lipídico, hipertensión arterial, diabetes mellitus tipo 2, síndrome metabólico, esteatosis hepática, litiasis biliar, problemas psicológicos, problemas respiratorios y ortopédicos. Sin olvidar el apoyo psicológico que el deterioro de la autoimagen puede requerir a estas edades.
Las alarmas por los altos índices de obesidad han saltado hace tiempo en todos los países del mundo desarrollado. El problema y las repercusiones que representan ya son bien conocidos. La tecnología siempre estará para apoyar los desarrollos en esta área, pero la reversión total de esta epidemia requerirá además un profundo apoyo de los gobiernos y de las políticas públicas.
Y vosotros/as, ¿qué opináis al respecto? Podéis dejarnos vuestras ideas en comentarios, nos encantará conocer vuestra visión sobre esta problemática social.
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