Cuando hablamos de orientación, nos solemos referir en términos generales a la orientación espacial. Sin embargo, la orientación comprende diferentes ámbitos, todos ellos de gran importancia para nuestra vida diaria.
La orientación se define como la capacidad que tiene el ser humano para ser consciente de sí mismo y situarse en un contexto espacio-temporal. Así, podemos identificar 3 tipos de orientación:
Orientación temporal: es la capacidad que nos permite situarnos en el tiempo, así como manipular y ordenar la información de acuerdo a una estructura temporal, lo que nos va a facilitar determinar el momento del día, la fecha exacta, la estación del año, festividades, rutinas y horarios, etcétera.
Orientación espacial: es la aptitud que nos permite situarnos en el espacio, además de manejar información relativa al entorno y los elementos que nos rodean, lo que nos va a ayudar a identificar dónde nos encontramos en un momento concreto, a dónde nos dirigimos, cuál es nuestra situación con respecto a un punto de referencia, etcétera.
Orientación personal: es la capacidad que nos permite integrar toda la información referente a la historia e identidad de uno mismo, lo que nos va a facilitar desenvolvernos en nuestras actividades de la vida diaria y en las relaciones sociales.
Resulta frecuente que nos encontremos dificultades en estos aspectos en personas adultas, especialmente cuando presentan demencia, pero ¿qué ocurre en el caso de niños y adolescentes? La orientación se va desarrollando durante la infancia a medida que el niño va explorando su entorno e interaccionando con las personas y elementos que le rodean. Sin embargo, este proceso puede verse afectado por otras funciones cognitivas, como puede ser la atención, la percepción o la memoria, o por otras circunstancias de tipo ambiental, como contextos estimulares pobres. De esta manera, los déficits en orientación podrían repercutir en el aprendizaje de la lectura, escritura o cálculo, así como en el desarrollo de habilidades psicomotoras y de la lateralidad, entre otras.
Por todo ello, resulta importante trabajar esta función desde muy pequeños, con acciones sencillas como establecer rutinas, fomentar actividades deportivas, o hablar con el niño acerca de su vida personal (familia, intereses, o cosas que le han ocurrido). Además, también podemos trabajar la orientación mediante juegos o actividades como imitar posturas o secuencias de movimientos de otra persona (el modelo) situado en espejo con respecto al niño (de manera que si el modelo utiliza la mano derecha, el niño deberá utilizar la mano derecha también), realizar una "búsqueda del tesoro” en el que se tenga que guiar con un mapa, o leer e inventar cuentos de forma que el niño establezca la temporalidad de la historia.
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