Las funciones ejecutivas son un conjunto de procesos cognitivos que nos permiten adaptarnos a situaciones nuevas, desarrollar los comportamientos necesarios para alcanzar los objetivos y las metas perseguidas, y autorregular y supervisar nuestra propia conducta.
Estas funciones neuropsicológicas superiores se relacionan con el desarrollo de los lóbulos frontales del cerebro, pero no se localizan en una zona concreta, ni se corresponden con la actividad de algunas áreas determinadas. De esta forma, este ejecutivo central no responde a un sistema único, sino que está implicado en diferentes circuitos cerebrales, desde aquellos más relacionados con los procesos cognitivos como la evaluación y el análisis, hasta aquellas redes y áreas implicadas en la emoción, la motivación y los diferentes estados de ánimo.
Pero, ¿en qué momento de la vida empieza el desarrollo y la actividad de estas funciones? Según los hallazgos de las investigaciones en neurociencia y en neuropsicología, su desarrollo se inicia alrededor del primer año de vida, aunque solo posteriormente se pueden discriminar los diferentes procesos que las componen. Es decir, comenzaría como un conjunto de procesos indiferenciado para evolucionar paulatinamente hacia las distintas funciones que las caracterizan. Finalmente, alrededor de los 12 existiría un punto de evolución importante y su desarrollo total no culmina hasta pasados los 18 años (Junqué y Barroso, 2000; Junqué, 2009; Tirapu et al, 2008).
Así pues, los aspectos que influyen y se relacionan con las diferentes funciones ejecutivas son los siguientes:
Organizar y ejecutar comportamientos e inhibir impulsos: conlleva elegir y seleccionar la alternativa más correcta y renunciar al resto de alternativas y opciones posibles.
Desarrollar estrategias de planificación y revisión de los resultados: implica la capacidad de imaginación, de proyección y de visualización del conflicto, junto con la capacidad de evaluar la conducta en función de las aptitudes y de las experiencias propias.
Desarrollar la capacidad de abstracción, razonamiento, flexibilidad cognitiva y fluidez verbal para comprender la información del entorno, tanto del contexto externo como interno, y para adaptarnos a los cambios y a las situaciones novedosas.
Mantener la información en la memoria para poder seguir los pasos necesarios y alcanzar los objetivos deseados: se relaciona con la memoria de trabajo y la capacidad para almacenar dicha información, para manipularla y para reelaborar nuevos contenidos.
Tomar decisiones: depende de nuestra capacidad para considerar las consecuencias y los efectos que tendrá nuestra elección en el futuro y se relaciona estrechamente con aspectos emocionales y motivacionales.
En resumen, estas funciones podrían ser como un centro de control de todas la demás, una especie de director de orquesta del resto de funciones cognitivas, de forma que sin ella el conjunto es un ruido caótico sin posibilidad de integración melódica.
Referencias bibliográficas:
Arteaga, G. & Quebradas, D. (2010). Funciones ejecutivas y marcadores somáticos: apuestas, razón y emociones. El Hombre y la Máquina, 34, 114-129.
Bechara, A., Damasio, A. R., Damasio, H. (2000). Emotion, Decision Making and the Orbitofrontal Cortex. Cerebral Cortex Mar (10), 295-307.
Fonfría, A., et al. (2015). Ansiedad y toma de decisiones en la Iowa Gambling Task. Agora de Salut, 1, (2) 35-46.
Tirapu J., Cordero P. & Bausela E. (2018). Funciones ejecutivas en la población infantil. Cuadernos de Neuropsicología, 12(3), 0718-4123.
Verdejo A, Aguilar de Arcos F, Pérez-García M. (2004). Alteraciones de los procesos de toma de decisiones vinculados al córtex prefrontal ventromedial en pacientes drogodependientes. Rev Neurol, 38, 601-606.
Recurso Web. Blog Hablemos de Neurociencia https://hablemosdeneurociencia.com/toma-de-decisiones/
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